En el último tiempo, hemos visto en los diferentes medios de comunicación y redes sociales como emergen demandas de los y las estudiantes provenientes de diversas áreas del conocimiento, que hablan sobre educación no sexista, carga de trabajo, salud mental, sobrecarga académica y calidad de vida durante la formación. Hoy, estas demandas encuentran un espacio aparentemente más fecundo a la hora de abordarlas para evidenciarlas y buscar soluciones. Lamentablemente, el mundo de la formación médica no está exento de estos conflictos y de hecho es posible encontrar una acumulación histórica de experiencias de abusos y malas prácticas en el proceso de aprendizaje.
La percepción de situaciones de maltrato es ampliamente conocida. Existen reportes de que hasta un 90,1% de los encuestados declara haber experimentado al menos una episodio percibido como abuso[1]. De esta misma forma, la prevalencia de patologías de salud mental en estudiantes de medicina en pregrado y postgrado, la prevalencia de conductas suicidas, consumo de alcohol y drogas así como la presencia de Burnout, son elementos que hace décadas manejamos[2]. Existe evidencia en países de todo el mundo sobre los daños que hacen sobre la formación comprendida desde su integralidad y en el impacto que esto tiene sobre el ejercicio profesional a futuro, así como también esto asegura que estas lógicas de abuso se perpetúen en el tiempo.
Está ampliamente demostrado como los y las estudiantes de pregrado formados en instituciones donde se les sobre exige termina por mermar su salud mental y por lo tanto, no permiten el desarrollo pleno de sus capacidades. Esto ocurre en el contexto de la aplicación de sistemas de enseñanza que en la práctica parecen estar más enfocados en la memorización que en la adquisición de conocimientos, en la teoría y en la ultra especialización. Esto se traduce en la acumulación de conocimiento y experiencias que no van de la mano con el dinamismo de las necesidades de la sociedad y que no logran preparar a los y las estudiantes para el futuro profesional de manera adecuada, alejándoles del ejercicio de la medicina en áreas de la Salud Pública y en la Atención Primaria en Salud.
De esta misma forma, en la formación en posgrado estos abusos se facilitan debido a la condición de trabajador que en múltiples planes de formación no son lo suficientemente públicos o transparentes, con una sobrecarga laboral que se agrega a la carga académica, conflictos en las relaciones entre pares y jornadas de trabajos extenuantes que ponen en peligro la seguridad de los médicos en formación y sus pacientes. Estas tensiones se agudizan con los déficits en la formación de académicos en materias relacionadas con la docencia y la expresión de la discriminación basada en género en la nula protección de la lactancia y la maternidad en general durante el posgrado.
Es necesario hacer una reflexión profunda en estas materias, la universidades tienen que volver a mirar en que medida son capaces de reflexionar y revertir estas prácticas y sus repercusiones orgánicas y formativas en los y las estudiantes. Es fundamental, que se generen medidas reales para responder a estas demandas, de cara a un cuerpo de estudiantes que es cada vez más consciente de sus derechos y que están dispuestos a no retroceder en las exigencias del desarrollo de una carrera en forma plena.
[1]Maida A, Herskovic V, Pereira A, Salinas-Fernández L, Esquivel C. Percepción de conductas abusivas en estudiantes de medicina. Rev Med Chile. 2006; 134: 1516-1523
[2]Zayra Antúnez, Eugenia V. Vinet. Problemas de salud mental en estudiantes de una universidad regional chilena. Rev Med Chile 2013; 141: 209-216