Todo movimiento social parte con un grupo de personas, muchas veces pequeño, que reflexionan acerca de su entorno, lo cuestionan y son capaces de reflejar una visión de mundo alternativa que hace sentido a otros, a muchos, hasta que finalmente transforma nuestros paradigmas y a nosotros mismos.
Fuimos educados bajo una doctrina sexista, en nuestros hogares y aulas, condicionados por una sociedad profundamente patriarcal y capitalista, donde el éxito se mide en base a la posición social y la capacidad adquisitiva que se posee.
Recuerdo varios eventos personales que me hicieron cuestionar las diferencias entre hombres y mujeres, no todos posibles de revelar porque algunos se dieron en la esfera familiar, sin embargo creo no ser la excepción si digo que desde que tengo memoria me enseñaron las tareas que debían cumplir las mujeres dentro del hogar y que era importante que las aprendiera desde niña. Estudiar en un colegio de monjas y solo de mujeres se suponía que debía reforzar esas creencias pero, al parecer, provocó en mí todo lo contrario. Lo real es que cada uno y una de nosotras fue expuesta a una crianza sexista, independiente del credo o tendencia política y está tan profundamente arraigada en la sociedad que tiene confundidos a todos y todas quienes la habían naturalizado, encontrándose hoy sin herramientas que les permitan comprender lo que es el feminismo y por qué está instalado en la palestra mundial.
Ahora me encuentro en otra posición en la vida; soy médica y tengo la oportunidad de participar de un momento histórico: el llamado a una “educación no sexista” influido por el movimiento feminista. Y sería, sin dudas, imposible desconocer que Medicina es una de las carreras universitarias más jerárquicas y machistas que existen, lo que inevitablemente, incide en la forma en que nos relacionamos entre colegas y sobre todo con nuestros y nuestras pacientes.
Ya no es la época de Eloísa Díaz, en que debía ir acompañada de su madre a clases o de nuestras profesoras que debían sentarse juntas y al final del salón para que “no distrajeran” la clase. Actualmente, es casi idéntico el número de hombres y mujeres que egresan de pregrado en Medicina. En términos de números, hemos mejorado pero no en el carácter de nuestros procesos formativos, en la cultura que reproducen muchos de nuestros profesores y profesoras. Es por eso que hoy debemos tener una mirada crítica y reflexiva que nos permita dialogar y crear una nueva forma de enseñar y aprender medicina.